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Autor: Maestro Andreas

viernes, 27 de septiembre de 2013

Capítulo XCI


Se había puesto en marcha la comitiva del conde feroz, en dirección a la bellísima ciudad considerada como la puerta del Sahara, y al frente de sus hombres cabalgada Don Nuño, seguido por el mancebo, Sergo con Ubay y el príncipe Nauzet.
Y encadenado por el cuello al arzón de la montura del conde corría como un perro el joven Yuba.
 Pero su carrera era a trompicones y se veía claramente que el esclavo sufría lastimosamente el trote que le imponía el amo a Brisa.


Ya habían recorrido varias leguas y los pies mal calzados del chico padecían no sólo el cansancio, sino los molestos dolores que la ardiente arena les infringía.
El mancebo sentía pena por el chaval y de buena gana lo subiría a su caballo para aliviarle el rigor de tal caminata, pero sabía que su amo estaba en plena doma de ese esclavo y no cabía alterar o atemperar sus métodos para someterlo y anular el poco resquicio de voluntad que aún quedase en el ánimo del muchacho.
El conde no dejaba algo a medias y si se había propuesto hacer de Yuba un buen esclavo sexual y una de sus putas más entregada para complacerle en lo que él quisiera, su adiestramiento tenía que ser arduo y duro y no permitiría que el esclavo creyese que su amo se enternecería al verlo padecer, ni sus lamentos le ablandasen el alma y cediese ante cualquier súplica implorándole que le hiciese más sufrible el paso de hombre libre con voluntad propia a vil y mísero siervo, cuyo único fin es ser el objeto para el gozo de su dueño.

Durante la noche anterior lo había follado varias veces, sin lubricarle el ano para que no sintiese ningún gusto y llegase a entregarse a su señor por el mero hecho de complacerlo aun a costa de un dolor y quemazón insufribles en el esfínter.


Y no sólo le dio por el culo a mazo, pues le dejó también la boca irritada y los labios hinchados de tanto mamar, sin que bastase que le comiese la polla al amo, sino que lamió el culo del mancebo antes y después de cada metida de verga que le suministraba el conde a su amado.

Nuño sabía que si ese joven se plegaba a todos sus deseos sin límite ni miedo al sufrimiento, sería un ejemplar aprovechable y merecedor de ser tenido en cuenta como uno de sus caprichos más especiales, pues era muy hermoso y su cuerpo daba gusto verlo y acariciarlo.
Pero hasta llegar a ese punto, a Yuba le quedaba mucho camino que andar atado al caballo de su señor y con las nalgas encarnadas por los azotes y el ano escocido y tan dilatado que le impedía cerrarse de patas para ir más ligero.

Su rostro reflejaba el agotamiento y se notaba que su boca y su lengua estaban resecas por el calor de sol y el miedo que le dominaba y agarrotaba los músculos al mirarlo el amo con gesto serio, el ceño fruncido y ojos de fuego.
Y a Guzmán se le partía el alma viendo a ese chico que era tratado por su amante peor que un perro rabioso.
Y se prometió a sí mismo hablar con Nuño en cuanto detuviese la marcha para descansar y abrevar los caballos y a los hombres.
Y en dirección contraria, hacia el norte para llegar al estrecho, iban Ramiro e Iñigo con sus respectivas comitivas, pues harían el camino juntos hasta la corte del rey de Castilla.

Ramiro estaba feliz teniendo a su lado a su amado Ariel, al que adoraba más a cada minuto que pasaban juntos, y no perdía ocasión de demostrarle su amor besándolo o agarrándolo por detrás para clavarle el cipote en el culo y hacerlo volar despegándolo del suelo entre sus brazos.

Ariel estaba en la gloria con ese amante incansable que no paraba de llenarlo de satisfacción, serenándole el espíritu y llenándole de leche el vientre.
Nunca ese chaval pudo imaginar que en la vida le esperaba una dicha tan grande, ni que iba a pertenecer a un amo tan guapo y gentil y con tal capacidad para el sexo.
Sin embargo, a Iñigo no le iban las cosas como el hubiera querido con su macho.
Ese esclavo, altivo y lleno de orgullo, además de sentirse muy hombre para desear amar a otro de su género y gozar follándolo, se revelaba a su dominio y resistía a obedecerlo, ya fuese en privado como ante otros siervos o soldados.

Iñigo estaba en dudas si mostrarle comprensión y tener paciencia para ganárselo poco a poco y llevarlo a su terreno, o seguir dejando claro que él era el amo y por tanto dueño de la vida y el destino del esclavo.
Y ese camino era el que el joven conde Albar había elegido para domar a ese bravo garañón que le regalara el conde de Alguízar.
También lo llevaba sujeto a la silla de su corcel, caminando descalzo y con grilletes en las muñecas y los tobillos, que le impedían ir tan rápido como su amo le exigía a su caballo.
Y eso le hacía tropezar y caerse al suelo.
Y el amo no detenía su montura y lo arrastraba unos metros hasta que no veía en su rostro una mínima señal de súplica.
Entonces paraba el caballo y tiraba de la cadena para obligar al esclavo a levantarse y volver a emprender la pesada marcha arrastrando sus cadenas.
La espalda de Falé estaba señalada por el látigo y le ardían las heridas, tan resecas como la piel por el efecto del sol sobre su espalda desnuda.


El amo le estaba haciendo pagar su tozudez al no haberse doblegado la noche anterior y darle de buena gana el placer que él le exigía.
Iñigo ordenara que atasen de pies y manos al esclavo, crucificado en aspa y tendido sobre el lecho boca arriba, y, después de masturbarlo y mamarle la polla hasta dejársela empinada y gorda como una columna romana sin fuste ni capitel, el bello efebo de piel dorada y culo prieto y respingón, tan jugoso y apetecible como una manzana recién arrancada del frutal, se puso a horcajadas sobre el vientre del esclavo y agarrándole el pene con la mano derecha se lo restregó por la raja del culo, apretándolo más contra el ano, hasta que notó como la sangre se agolpaba en el glande de esa verga enorme que iba a meterse por el culo el solito y sin que mediase la voluntad del animal sobre el que estaba sentándose.

Lo usó como si sólo fuese carne que latía para su placer; y al sentir que aquel potente miembro le entraba por el recto, apretó las nalgas, calcando bien cobre el pubis de Falé, y comenzó a subir y bajar deslizándose por la verga del esclavo y mirándole a los ojos con tal vicio y perversión que advirtió un punto de miedo en la mirada del semental.

Lo ordeñó como la hambrienta boca de una ternera acabada de parir exprime la teta de la vaca chupando con ansia para dejar la ubre seca.
Iñigo notó como unos abundantes chorros de semen recorrían sus tripas y su polla estalló con un orgasmo bestial que salpicó y pringó la cara de Falé.

El esclavo mostró repugnancia y el amo lo abofeteó.
Luego se inclinó sobre él y le besó el rostro y lamió su propia leche para dársela en la boca con su lengua.
Y Falé escupió en los labios de Iñigo y éste lo besó otra vez devolviéndole su saliva mezclada con la suya.
Después le atizó otras rotundas bofetadas en la cara y lo dejó amarrado toda la noche para usarlo de nuevo antes del amanecer.
Por las buenas o por las males, Falé le serviría a Iñigo como a él le diese la gana y cuantas veces le apeteciese al joven conde.
Mas cuando el cansancio y la tensión rindieron al esclavo dejándolo dormido, el amo, con mucho cuidado, se inclinó sobre él y fue besando todo su cuerpo con un suave roce de sus labios.
Lamió con la punta de la lengua los latigazos que se asomaban por sus bíceps y muslos y dedicó un trato especial al flácido cipote que le llenara de leche las entrañas.
Y en la oscuridad, el esclavo abrió un ojo y lo cerró de inmediato para hacer creer al amo que estaba profundamente dormido y no se enteraba de lo que le estaba haciendo con tanto mimo y delicadeza.


Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no empalmarse otra vez al sentir las caricias del aliento de Iñigo en su verga, pero logró dominarse y no dejar que su virilidad le traicionase de nuevo y tomase una iniciativa contraria a su voluntad.
Cómo iba a confesarse a sí mismo que sintiera un tremendo placer al moverse su amo de arriba para abajo teniendo su polla dentro del culo.

Antes de caer prisionero lo había hecho con alguna mujer, no demasiadas, pero, aunque no le gustase nada admitirlo y se obstinase en decirse sin palabras que él era un hombre muy macho al que no le podía gustar joder a otro joven, por muy bello que fuese, lo cierto era que Falé disfrutara sin quererlo al ser utilizado por Iñigo como un puto consolador de carne dura y sangre caliente.

Y no pudo evitar el orgasmo brutal con que colmó la barriga del otro joven, que irremediablemente era su señor, preñándolo con más fuerza y mucho más esperma que cuando follara con aquellas mujeres.
Lo quisiera o no, Iñigo le había proporcionado un placer mayor que las las hembras que ya catara en Fez.
Y si no fuese por el falso y equivocado prurito de no ceder ni rendirse ante ese prepotente muchacho que lo tenía preso y amarrado como un perro peligroso, hasta sería probable que se replantease su terca aptitud y ganase más en el cambio, pues seguramente su amo lo tratase mejor e incluso pudiera ser que llegasen a entenderse sin necesidad de látigo ni otros castigos peores.

Pero quizás el mejor consejero sea el tiempo y la necesidad de supervivencia para no quedar en mitad del camino sin ver más allá de lo que por el momento le obcecaba la mente al hermoso y varonil muchacho berberisco.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Capítulo XC


El último día en el oasis fue intenso y movido al tener que disponer la marcha de unos hacia Marrakech y la vuelta a Castilla de Iñigo y Ramiro con un séquito y escolta apropiados a dos grandes señores.
Y sexualmente también estuvo muy animada esa jornada, pues Nuño le dedicó una especial atención a esos dos jóvenes que se separaban de él, aunque en el caso de Iñigo sólo fuese por un tiempo, y les dejó el culo satisfecho de polla para una larga temporada.
Gozó particularmente con las velludas nalgas de Ramiro y las besó y mordió antes de penetrarle el ano, que se lo lubricó con la lengua para guardar ese gusto algo ácido del ojete del chico, y no se privó el conde de meterles abundante semen en las tripas para dejarlos preñados con su savia e impregnados con su olor a macho encelado por el aroma de ese par de suculentos culos.

Y antes de que partiesen los dos jóvenes caballeros, el conde les hizo más regalos.
Y a Ramiro le entregó para su servicio y placer ocho de los esclavos regalados por el príncipe Nauzet, que podría utilizarlos como mejor le plugiere o venderlos si no encontraba un uso adecuado para ellos.

Y a Iñigo, al que abrazó y besó en la boca con una emocionada pasión, le encargó que cuidase y protegiese a los dos jóvenes napolitanos, que desde ese momento pasaban a pertenecer a su casa y servicio, además de los cuatro imesebelen, que se los venían ventilando a diario, y que formarían su guardia personal para su protección y velar por su seguridad y su vida, preciosa tanto para el conde como para su mancebo.

Pero, además, Nuño quiso hacerle un regalo muy especial al bello efebo que tanto placer le diera y le dijo sin dejar de verle esos ojos azules como el firmamento: “Mi muy querido muchacho, sé que si te digo que guardes celosamente esa joya que tienes entre tus nalgas y no dejes que nadie profane la entrada a tu cuerpo, lo harás y eso sería un enorme sacrificio para ti, pero que resignadamente sufrirías por darme gusto y mantenerte intacto hasta que mi polla vuelva a tomar posesión de lo que siempre me pertenecerá; pues por muy conde que ahora seas, nunca dejarás de ser mío.
Yo te desvirgué y estamos ligados de por vida, aunque nos apartemos por un tiempo y no pueda sentir tu deseo al tocarte y al agarrarte con mis manos para montarte y llenarte las entrañas con mi leche”.


El conde hizo una pausa y todos agudizaron los oídos para escuchar sin perder ripio lo que el noble señor iba a darle al bello joven que dejando de ser su esclavo seguiría siendo su más preciado y noble siervo.
Y el conde prosiguió: “Iñigo, podría condenarte a consolarte sólo con pajas y acariciándote tu mismo el culo penetrándotelo con los dedos, pero no quiero eso para ti. Y por ello te regalo un consolador de carne viva. Pero has de demostrar también que eres un señor y sabes dominar y someter a tus esclavos y servidores. Estoy seguro que no te temblará la mano si has de castigar la rebeldía y procederás como consideres oportuno para lograr la sumisión incondicional de cualquier hombre bajo tu mando o de tu propiedad. Y el regalo que te hago necesitará al principio. al menos, una mano dura y severa que sepa domesticarlo para hacer de él un perro dócil y obediente. Falé es tuyo desde ahora y estoy convencido que le sacarás mucho jugo y le exprimirás los cojones para satisfacer tu lujuria. Usalo como quieras, pero ya has visto que puede ser un estupendo semental que calme el ardor de tu ano y te sacie con su leche”.

Nuño miró al varonil esclavo y con una media sonrisa algo maliciosa continuó: “Sólo has de someterlo y doblegarlo para que sea tu más fiel esclavo y en lugar de ser él quien te monte como a una perra, seas tú el que lo cabalgues con la misma maestría que montas y sujetas a un pura sangre. Tú llevarás la pauta y manejaras las riendas de este garañón para llevarlo donde tú quieras. Y si es preciso no dudes en aplicarle la fusta o picarle espuelas para que caracolee y galope al ritmo que tú, su dueño, le impongas. Es un hermoso ejemplar que merece un buen amo y alguien que sepa apreciar tanto su belleza como sus dotes para la reproducción... Porque no me negarás, querido muchacho, que este animal tiene una verga digna de admiración y que forzosamente mueve y atiza el deseo de quienes disfrutan sintiendo un potente miembro viril dentro de sus entrañas”.


El conde abrazó una vez más a Iñigo y soltando del poste la cadena que amarraba por el cuello a Falé se la entregó al precioso y joven noble, que la cogió sujetándola con fuerza como queriendo evitar que otros le quitasen ese deseado ejemplar que por fin era suyo para gozarlo y tenerlo dentro de su ser.

Falé miró a su nuevo amo con desprecio y éste le cruzó la cara con el dorso de la mano derecha ordenándole que se arrodillara ante él.
Todos, menos el conde, quedaron un tanto estupefactos por la reacción del hasta entonces dulce y cariñoso compañero.
Y ante la obstinación del esclavo a postrarse ante su amo, Iñigo pidió un látigo y pasando la cadena a la otra mano, comenzó a golpear a Falé por todas partes de su cuerpo hasta doblarle las piernas y anular su osada resistencia en contra de la voluntad de su dueño.
Y Nuño y el resto de los muchachos tuvieron claro que ese esclavo lo iba a pasar muy mal si persistía en su aptitud indómita y no se plegaba a los deseos de su joven y hermoso señor.

Guzmán no decía nada, pero no dejaba de mirar la cara de vicio y la mirada lasciva que iluminaba los ojos de su estimado compañero y pensó que para él era el mejor regalo que pudiera haber elegido su amo y amante, pero también vio con meridiana lucidez que para el esclavo empezaba un nuevo camino de espinas en un principio, pero que se tornaría en un blando lecho de rosas si era lo suficientemente listo como para ver que nunca tendría ni mejor amo ni más fiel y complaciente amante que su nuevo dueño.

Si pudiese y su amo lo permitiese, el mancebo hubiera deseado poder hablar con Falé y convencerlo de que le sería inútil resistirse a los indudables encantos de Iñigo y más pronto que tarde sucumbiría a ellos y lo que sería para él un cruel suplicio al principio, no tardaría en volverse pasión ciega y deseo brutal de poseer no sólo el cuerpo sino el alma misma de su señor.

El mancebo estaba convencido que Iñigo conquistaría a Falé y de ser sólo su mero esclavo para consolar la libido del amo, pasaría a convertirse en un fogoso amante ansioso por gozar con Iñigo y cubrirlo a diario para preñarlo a cuatro patas como un buen semental a su hembra.
Sin embargo, para eso habrían de pasar días de dolor para el esclavo y frustración para el amo, que no vería colmados tan fácilmente sus deseos de felicidad junto al hermoso macho regalado por el conde feroz.

Sin duda le costaría mucho esfuerzo doblegar el orgullo de Falé y convencerlo de que su virilidad no se mermaba en absoluto por amar y desear a otro hombre y menos si éste era quien soñaba con tenerlo a su lado en el lecho y llegar a amarlo con todos sus sentidos y sin condición alguna que los separase o diferenciase a la hora de yacer juntos.


Y terminó el castigo del esclavo y su cuerpo quedó señalado por los latigazos que furiosamente recibiera de su amo.
Y, sin más preámbulos, Iñigo solicitó al conde licencia para retirarse a otra jaima con su esclavo, ya que en ella deseaba pasar su primera noche con su caliente consolador de carne y hueso.
Y en lo más profundo de su corazón daba por seguro que conseguiría probar esa espléndida polla que se balanceaba al tirar de la cadena para arrastrarlo a sus aposentos.

Y más de alguno de los otros chavales pensaba en silencio: “Menudo macho que se lleva éste! Y cómo va a disfrutar con esos cojones plenos de leche para ordeñarla de esa gruesa polla con la boca o exprimiéndola con el ano para sentir en su vientre el calor de los potentes chorros que le meta al correrse!”

 Y de eso estaba seguro el conde y por ello le hizo tan preciado regalo a ese guapo joven que le sirviera como una de sus mejores putas hasta entonces.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Capítulo LXXXIX


La verga del conde babeaba suero viscoso que le pingaba desde la uretra al aproximarse más al culo de Falé para enfilar su entrada y calcarle de golpe la tranca, causándole así una mayor humillación; y sobre todo más dolor en el ano.
Los otros muchachos miraban expectantes la monta del esclavo, que a todos atraía por su pinta de macho y ese cuerpo con pelo en los miembros y pecho, que tampoco dejaba de verse sobre las nalgas, aumentando en intensidad hacia la raja.

Nuño puso su glande hinchado y colorado por la presión de la sangre en el mismo ojete del esclavo, pero dudó un instante y en lugar de clavárselo ya con un fuerte empujón, escupió en ese esfínter atemorizado; y nada más sentir el fresco contacto de la saliva notó también un empellón que le abría la carne por la mitad.
Un alarido de rabia, tremendo, y un agudo dolor rajó el espacio, dentro y fuera de la tienda, casi con la misma potencia conque se rajaba el esfínter de Falé y dejaba entrar triunfante en sus entrañas el lascivo cipote del conde feroz.

El conde azotó con furia las cachas del esclavo y lo increpó e insultó llamándole perra cabrona y cerda avarienta sedienta de leche y hambrienta de rabo.
Y todos se estremecieron al ver el sufrimiento que transfiguraba el rostro del enculado y la espuma blanca y espesa que manaba de su boca como si fuese mordido por un fiero lobo atacado por la rabia.

Pero Nuño no tuvo piedad ni miró a los otros jóvenes y calcó con más fuerza para entrar a fondo y pegar los cojones al ojo del culo de Falé.
Y con cada metida, después de sacarla casi entera del culo, el pecho del esclavo se abría tanto como el ano para dejar salir de su alma el bochornoso enojo que le causaba tal vejación.
El conde notaba en su verga la sangre al calcar más a fondo en las entrañas del esclavo; y no solamente la suya engordando más su miembro, sino también la que fluía desde el ojete reventado del sometido, que ya le escurría por un muslo como patente muestra de la ruptura de su virginidad.


Y Nuño acostó su pecho sobre la espalda de Falé y después de morderle una oreja, apretando con ensañamiento los dientes, le lanzaba más vituperios enojosos y lascivos, suficientemente en alto para que los oyesen los otros y fuesen todavía más degradantes para el esclavo que ya no podía jactarse de ser virgen ni de mantener su virilidad incólume.

Y cuanto más rozaba el vello de Falé la piel del conde, éste se ponía más ciego y la calentura le hacía ser aún más violento y agresivo al darle por el culo a ese desdichado mozo.
Y cuando Nuño se vertió dentro del vientre del esclavo rugió como el más poderoso león de Africa.
Y ya estaba Iñigo sosteniendo la copa que debía recoger el semen del esclavo para alimento del otro joven ya convertido en una zorra más de su señor.

Y lo que es la fuerza sexual de un joven macho y cómo arde en su cuerpo la sangre cuando le tocan sus puntos erógenos, aún a pesar del dolor extremo que pueda sentir mezclado con ese desconocido placer en el interior de su trasero, que la polla de Falé estaba muy excitada y nada más llenarle el amo la tripa, no hizo falta que Iñigo le cascase una paja para que escupiese borbotones de esperma por la punta del capullo.

Y eso desilusionó al bello caballero, pues temió que fuese un síntoma de un cambio radical en los gustos sexuales del esclavo y que a partir del desvirgue sería otra puta deseosa de verga para entretener su ansia y refrescar ese ardor en el ano que él conocía demasiado bien desde la primera vez que lo montara un macho.

Y precisamente era el mismo macho el que le hiciera probar a los dos ese adictivo gozo que no podía dejar de buscar con deseo.
Casi temblando de ansiedad vio Iñigo como caían en el recipiente los chorros de leche que Falé soltaba; y como llevando un tesoro o un néctar divino en sus manos se la mostró a Nuño y éste le ordenó dársela a Yuba.


La nueva perra bebió sin respirar todo el espeso y pegajoso líquido, lamiendo las paredes de la copa, y su amo, el conde feroz, lo agarró por el cogote y lo puso a cuatro patas como un verdadero perro para obligarle a que le lamiera los pies y abriese a continuación la boca para mearle dentro sin necesidad de mejor bacina que esa sin fondo.

Sin duda Yuba ya estaba entregado a ese amo que lo trataba como a una asquerosa prostituta, o quizá como a la última mierda entre sus animales domésticos, pero ni tenía fuerza de carácter para revelarse, ni fuerza de voluntad para oponerse a servir como mejor le apeteciese a su amo.

Y, por su parte, Falé estaba como desfallecido y ocultaba las lágrimas dejando colgar la cabeza hacia el suelo.
Y Guzmán miró a los ojos a Nuño y le pidió su permiso para atender a ese esclavo que aún le escurría sangre y leche por las patas.
Nuño, haciendo un gesto a su amado mancebo, accedió.
Y Guzmán cogió una palangana con agua fría y unos paños de lino fino y se arrodilló ante el culo herido de Falé y comenzó a limpiarlo con la mayor suavidad posible.
Pero al verlo, Iñigo también se arrodilló a su lado y le pidió que le dejase ayudarlo, aunque sólo fuese sosteniendo la palangana o remojando los paños para que el mancebo tuviese las manos libres para realizar mejor su tarea.

Sin embargo, estar tan pegado a las cachas de aquel macho y aunque ya no estuviese entero, puso a Iñigo en un estado de excitación que contagiaba al resto de los muchachos que veían su calentura y el espectáculo que daba su entrepierna.

Y el conde le dijo a Sergo: “Arrodíllate detrás de Iñigo y fóllalo. Y luego le das por el culo tú también”, añadió refiriéndose a Ramiro.


Y con una sonrisa algo sádica continuó diciendo: “Siento que vuestros amados se queden sin leche hasta mañana. Pero prefiero que sacies bien a vuestro compañero, que para eso es otro noble señor y hay que respetar su privilegio a gozar los placeres que desee, ya que también es conde como yo...Voy a echarte mucho de menos, Iñigo, porque eres una puta siempre ansiosa de macho y ese culo no deja de encandilarme por muy conocido que ya lo tenga. Antes de irte quiero regalarte toda una noche para ti solo y te la meteré hasta que no pueda con mis cojones. Te lo prometo... Y si algo me preocupa es que te vayas y no tengas a tu lado un buen macho que te cubra cuando te baje la madre. Que es todos los días y con más frecuencia que a una coneja. Y ese extremo tendré que atarlo también, pues no quiero que te falte de nada en mi ausencia. Ahora abre bien el culo que te van a joder estos dos machos que también saben como cubrir a una hembra cachonda”.

Los ojos del rubio efebo gritaron el gusto que estaba sintiendo en el culo al ser penetrado por Sergo y, al mismo tiempo, oler el sudor y el semen fresco todavía del conde y de Falé.
Tres machos para hacer que la vida de un joven adicto a ser follado por el culo y la boca fuese perfecta y creyese estar en el paraíso.
Cómo iba a resistir sin una verga potente que le rompiese el culo y lo alimentase de leche cada día!
Y Guzmán seguía su labor de asear el ano de Falé y lo hacía con un mimo que ni las manos de una dulce doncella lo hubiesen hecho mejor.

Y se escuchó al conde decir con voz imperativa: “Iñigo! cada vez que te llenen de semen la tripa deja que salga por tu ano que la va a lamer mi nueva perra. No se debe desperdiciar nada estando en el desierto y me parece que esta loba siempre está hambrienta y necesita mucho alimento para que esté fuerte y su pelaje luzca lustroso.

Y yendo junto a Yuba, que continuaba a cuatro patas en el suelo, le alborotó el cabello con los dedos y le dijo: “Tranquilo, que más tarde te meto más leche por el culo. Voy a enseñarte a ser una perra fantástica!”.

Y se fue al lado de Guzmán para ver de cerca el lavado anal que le estaba aplicando al otro esclavo.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Capítulo LXXXVIII

Y Sergo preguntó: "Atamos a los esclavos de nuevo, señor?"
 Y el conde respondió con una maliciosa sonrisa: "Sí, pero no a los postes todavía. Quiero jugar más con ellos, así que dejarlos bien amarrados a esos bancos y puestos boca abajo mostrando bien sus culos para que me vuelva a excitar y les sobe a gusto sus agujeros... Porque ante todo voy a bajarle los humos de macho a este cabrón, dándole por el culo sin manteca que le suavice el ano al ser desvirgado como se merece un buen ejemplar con semejantes cachas apetitosamente adornadas con ese vello oscuro que discurre a ambos lados de la raja”.

Nuño se acercó a Falé y separándole las nalgas añadió: “Me gusta esta procesión de pelos que discurre por este canal para concentrase al rededor del ojete; seguramente para servirle de abrigo y no dejarlo tan expuesto a la codicia de otros machos más fuertes y salidos que pretendan penetrar en ese redondo cobijo que ahora espera mi verga y ya late de ansia y deseo por tenerla dentro... Me pone caliente notar en mi barriga el roce de unos pelos que cubran la carne en los lugares más sugestivos del cuerpo y apreciar la dureza de unos músculos que se agarrotan queriendo evitar que desfloren el jugoso bodoque tan celosamente guardado durante años para que yo lo disfrute ahora. Y como se suele decir, nunca es tarde cuando la dicha es buena. Y aunque gruña al ser violado o proteste y maldiga, yo sé que en el fondo de su recto gozará el muy puto y su polla no escatimará ni una potente erección ni el derroche de leche en abundancia, que Iñigo recogerá en esta copa de plata para que la beba después el otro esclavo que ya es una de mis perras”.



A Iñigo se le cayeron los huevos al suelo pensando que recogería un precioso néctar que saborearía otro y no él.
Pero no era prudente quedar en evidencia ante el conde y sus otros compañeros, por mucho que fuese inútil disimular lo que ya era más que evidente al menos para el mancebo.
Y Nuño prosiguió su monólogo agarrando el mentón de Yuba: “Seguro que esta perra cachonda estará deseando ese alimento y que volvamos a gozar de su culo como corresponde a una zorra deseosa de buenos sementales... Y para entrar en materia empezaremos por animar nuestras pollas con las atenciones que este animal más joven y ya follado nos dará con su preciosa boca de guarra mamona... Y los hados te libren de tan sólo rozar una de nuestras vergas con los dientes y menos morderla, pues te los arrancaría todos con mis propias manos y luego te rajaría el vientre para arrancarte yo mismo las tripas aún repletas de nuestra leche... Voy a advertirte de nuevo que no tengo demasiada paciencia con las putas tercas y reacias a servirme y si en algo aprecias tu vida te aconsejo que seas dócil y te pliegues a tu condición de esclavo y juguete para el goce de tu señor; y seas tan diestra en dar placer como una experta concubina del harén de tu anterior señor, el sultán de Fez. Te irá mejor y te aseguro que pronto gozarás como una loba en celo y sólo pensarás en cuanto tiempo habrás de esperar para que vuelva a montarte un macho y sobre todo tu dueño".

Tanto el mancebo como Iñigo miraban a los dos esclavos y se decidieron a ayudar a Sergo y Ramiro para atar bien a Falé al improvisado potro donde iba a ser violado y brutalmente desvirgado.
Y los dos sentían algo de envidia de ese esclavo condenado a tal humillación ante ellos, pues preferían estar en su lugar y ser ellos quienes soportasen el polvo bestial que le metería Nuño al muy desgraciado; que, para colmo, no sabría apreciar ese placer de servirle de hembra al amo y sufrir la furia de su sexo y el fogoso ímpetu de su leche dentro de las entrañas.

Ambos estaban excitados como yeguas celosas por elegir el garañón a ese potro viril para montarlo, dejando claro quien era el macho dominante entre todos ellos.
Y Falé rumiaba entre dientes su ira y su odio sufriendo de antemano el dolor inmenso que le causaría la brutal penetración a que iba a someterlo ese hijo de perra que lo tenía en sus manos y se jactaba de ser su dueño y el macho que iba a poseerlo por primera vez.
Y en lo más hondo de su alma rezaba para que no lo follasen más veces ni se la clavasen los otros jóvenes que ayudaban al conde a vejarlo de un modo tan vil y despreciable.

Y comenzó el turno de mamadas a cargo de la boca de Yuba y el primero en meterle la polla hasta la garganta fue Nuño, que para eso era su amo y el chico iba a ser su fiel puta para el resto de sus días. Y el joven se plegó a lo que consideraba una bajeza indigna de un hombre y mamó aquella polla, terriblemente empalmada, lo mejor que supo y pudo entre arcadas y náuseas.
Y no recibió el premio del esperma del conde pues lo reservaba para el culo de Falé.


Y tras Nuño le dio de mamar Sergo haciendo honor a su puesto de lugarteniente del conde.
Y él si le obsequió al esclavo con unos buenos chorros de semen que le inundaron la boca.
Y terminó la ronda el cipote de Ramiro, que se lo hizo tragar al chico clavándoselo hasta los huevos, mientras el conde le palpaba a él el culo y se ponía ciego de lascivia acariciándole las peludas y prietas nalgas que tanto le gustaba follar.

“Cómo voy a echar de menos este culo cubierto de este agradable vello que me acaricia el pubis cuando le doy por el culo!” se decía en silencio el conde al sobar ese par de cachas recias y redondas como sandías en sazón para ser comidas.


Quizás por ese gusto a poseer a otro macho viril y adornado de vello no sólo en sus partes, además de estar dotado generosamente con una tranca digna de un toro bravo, que sacaba a flor de piel sus más bajos instintos, era por lo que a Nuño le daba más morbo calzársela a Falé y partirle el ojo del culo degradándolo lo más posible y haciendo que se sintiese la más vil y miserable de las criaturas sobre la tierra.
También era una forma de someter y doblegar la altivez y orgullo de ese otro hombre tan hermoso como fuerte, cuya virilidad podía conquistar a cuanta mujer se le cruzase en su camino; o también a muchos otros jóvenes que viesen en Falé su prototipo de macho dominador y digno de entregarse a él para complacerlo sexualmente como las mejores putas que hubiese bajo las estrellas.

Y eso precisamente era lo que veía Iñigo en ese magnífico esclavo atado a un banco para ser sodomizado delante de sus narices.
Qué desperdicio! pensaba Iñigo recordando el calibre y la potencia sexual de esa verga compungida por lo que debía padecer por el culo en breves momentos.
Y cuánto daría el apuesto caballero de cabello rubio por estar tumbado bajo el cuerpo de Falé poniendo el culo para que se lo jodiese con la misma saña que el conde lo jodiese a él.

Su propio condado no sería un alto precio a pagar por gozar a sus anchas del cuerpo y la virilidad de ese joven esclavo que iba a perder la integridad de su hombría a manos del conde feroz.
Mejor dicho, por la verga encendida y rabiosa de lujuria del mismo hombre que también le estrenó el ano a él cuando era más joven.
La diferencia quizá estaba en que al follarlo a él por vez primera ya le encantó esa sensación de ser poseído por otro macho y se envició enseguida en el gusto de tener un buen rabo en la boca o en el culo.
Y sólo rogaba que a Falé no le ocurriera lo mismo y mantuviese el gusto por ser él quien follase un agujero caliente y húmedo que albergase su polla presionándola para sacar de ella hasta la última gota de leche que tuviese en sus estupendos cojones, oscurecidos aún más por el vello mojado de sudor que los cubría ligeramente.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Capítulo LXXXVII



Dentro de la gran jaima del conde aquellos dos esclavos respiraban con ansiedad y no podían ocultar un nerviosismo tintado de un miedo inconcreto, pero que a ambos les hacía presagiar que nada bueno les aguardaba en poder de ese noble venido de otras tierras desconocidas para ellos.
Podían verse el uno al otro amarrados a los postes y encadenados por el cuello y también por las muñecas y tobillos, pero procuraban evitar que sus miradas se encontrasen como temiendo dejar patente la vergüenza que sentían al estar desnudos y sujetos como viles animales a merced de sus enemigos, que además ahora eran sus amos y ellos tan solo dos miserables esclavos cuyas vidas valían menos que la de una humilde cabra.

Al entrar el conde con sus caballeros, los dos jóvenes sintieron que el cielo se desplomaba sobre sus cabezas y quisieron sacar fuerzas de flaquezas aparentando un valor que no se correspondía con su verdadero estado de ánimo.
Nuño se acercó a ellos sacando pecho y con aire dominante y les increpó con voz fuerte y sonora llamándoles viles y colocándolos al nivel de la peor y más baja escoria.
Eso les decía con la boca, pero en su mente se gravaban las hermosas facciones de los dos muchachos y hacía mella en su libido el jugueteo de las llamas de unas velas sobre las pieles lustradas de sudor y pánico de aquellos esclavos.
El resplandor de las temblorosas llamas resaltaba aún más los contornos de sus cuerpos y destacaba en claro oscuro los rincones más sugestivos de sus músculos y sus cavidades.
Y los caballeros del conde y su mancebo miraban a los dos cautivos con una mezcla de lujurioso deseo y ternura, tanto por lo que podía sucederles, como por lo que ellos deseaban que les pasase a esos otros bellos y fornidos mozos que se encontraban bien amarrados para ser usados por el amo a su antojo.

Y Nuño les ordenó a Sergo y Ramiro que desatasen al más joven y lo acercasen al otro esclavo para que le rozase la decaída polla con sus nalgas.
Pero Yuba se resistía a ser tratado como una puta y que usasen sus glúteos para calentar el sexo de otro joven y el conde le arreó un guantazo en la cara que lo dejó medio atontado y sin fuerzas para resistirse más a que los dos mozos que lo sujetaban por los brazos le restregasen el culo por la adormecida verga de Falé.

Y Falé gruñó entre dientes y se mordió la lengua para no maldecir al puto conde que pretendía convertirlo en un animal para cruzarlo con otro de su misma especie como si fuesen caballos o perros.
Sin embargo, sus esfuerzos eran inútiles y la piel de las firmes cachas de Yuba estaban logrando despertar su apetito carnal aun en contra de su deseo y de su firme empeño en no pensar ni desear el agradable tacto de esa carne que se le ofrecía.
Y tenía la polla morcillona y todos comenzaron a ver la hermosa tranca del joven que alcanzaba una considerable envergadura en grosor y medida.


Y mientras el mancebo apretaba los dientes y sufría por los dos cautivos, a Iñigo se le iban los ojos hacia ese instrumento fálico que lo cegaba de lujuria y ansia de tenerlo dentro de su boca y en el culo. Y con un esfuerzo heroico Falé empujó el cuerpo del otro esclavo dándole un fuerte golpe que salía de lo más profundo de su alma sirviéndose de sus caderas y sus riñones.

El conde no se molestó en decir ni un apalabra y agarrando una fusta se colocó detrás de Falé y lo azotó con tal saña que le hizo lanzar gritos de verdadero dolor y miedo.
El esclavo quedó medio inconsciente por los golpes y Nuño le mandó a Iñigo que le lanzase un jarro de agua fría a la cara para despejarlo y volver a tenerlo plenamente despejado para continuar su doma.

La sacudida del agua sobre el rostro hizo estremecer a Falé y a los otros muchachos que presenciaban su castigo y el conde volvió a ordenar que le frotasen el culo de Yuba por el pene y los cojones hasta que ese falo adquiriese su verdadero tono y alcanzase la plenitud de su erección.

Yuba volvió a resistirse y esta vez se ganó unos correazos casi tan contundentes como los que recibiera el otro pobre esclavo por hacerse el valiente.
Y Sergo y Ramiro se esforzaron en apretar el cuerpo de Yuba contra el sexo de Falé y poco a poco la enorme verga de ese mozo se levantó temblorosa y se volvió dura y tiesa quedando en vertical y paralela al apretado y recio vientre del chico.
Su tamaño era espléndido y el glande brillaba mojado por el suero que desprendía con cada roce, manchando las atractiva carne de las nalgas del otro chaval.
Y todos los presentes vieron también como la polla de Yuba se empalmaba y latía al sentir la potente verga del otro esclavo entre sus nalgas.
Y, sin embargo, ni Yuba ni Falé gozaban con este frotamiento a pesar que sus vergas estaban tiesas y gordas, sino que por el contrario el más joven lloraba y de sus ojos salían gruesas lágrimas de vergüenza y oprobio; y el otro, más hecho y fuerte, estaba rojo de ira y de sus grandes ojazos verdes como oscuras esmeraldas se escapaban venablos encendidos de odio y deseos de venganza y muerte para sus verdugos.


Pero cómo iba a librarse de tal tortura y de cuanto quisiese hacerle ese hombre poderoso que ya era su dueño.
Y la osadía de ese amo llegó más lejos y gritó: “Basta! Esta zorra ya está caliente y su coño pide a gritos que la cubran y preñen. Ponerlo sobre ese escabel abierto de patas y ofreciendo el culo para que se lo taladre. Vamos, perra! Va a comenzar tu nueva vida como puta para el placer de un macho que sabe saborear la carne fresca y jugosa de un joven ejemplar de hombre, tan hermoso y apetecible como tú. Me gusta tu culo y tus carnes me excitan lo suficiente para que seas una de mis zorras y no te dedique a menesteres más bajos o te venda a otro amo que te use en rudos trabajos como a una mula de carga. Dentro de tu desgracia has tenido suerte de caer en mis manos y pronto lo agradecerás y comprenderás que debes complacerme lo mejor posible por tu propio bien... Abrirle bien las piernas y separarle la nalgas para ver bien ese agujerito tan cerrado que va a penetrar mi verga y dejarlo dilatado y con el virgo roto para siempre”.


El joven esclavo fue consciente entonces de lo que se le venía encima y no sólo por el peso del cuerpo del conde, sino por la humillante vida que le esperaba al ser usado como una concubina más de un harén.
Y se retorcía pretendiendo librarse de sus opresores y salvar en un desesperado intento su integridad viril que ya estaba a punto de perder.

Notó unos fuertes azotes y acto seguido sintió como unos dedos le ponían una manteca en el esfínter y forzaban ese reducido ojete para entrar  y abrirlo un poco con el fin de facilitar la penetración de la gran verga tremendamente endurecida y excitada del conde.
Y casi sin darle tiempo a sentir el primer dolor por la invasión de esos dedos un grueso trozo de carne caliente y dura presionó su agujero anal obligándolo a ceder al empuje de una inmisericorde verga que le partía el culo sin piedad.

Yuba chilló desesperado y gritó como un cochino a medio matar y con el cuchillo del matarife clavado en su cuello.
Pero no era ahí donde le habían clavado un hierro candente si no en el centro de su culo y le abrasaba por dentro sintiendo como le rozaba las tripas con fuerza.

Sería un violación en toda regla de no ser un puto esclavo propiedad del amo que lo estaba montando y dejándole el culo ardido como si lo sentasen en las brasas de una hoguera.
Y Yuba dejó de llorar porque ya no le quedaban lágrimas ni podía sentir más vergüenza al ser follado delante de otros hombres y sobre todo de ese otro desgraciado que también compartía su misma suerte.
Y cuando el conde se apeó de su espalda y le sacó la verga del culo dejándoselo lleno de semen, la polla del chico seguía empalmada y chorreaba líquido como el caño de una fuente con poca agua, pero no se había corrido, pues el miedo y el dolor de los puntazos que le había metido el conde no permitieron que gozase ni sintiese otra cosa que humillación y un sufrimiento extraño e indescriptible.

Mas no terminaba con eso su estreno como puta, porque el conde le dijo a los dos caballeros que lo sujetaban que ahora era su turno y que lo montasen uno después del otro.
Y el primero en metérsela por el culo fue Sergo, que le calcó un polvazo con todas sus ganas, y luego le tocó a Ramiro romperle todavía más el culo con una clavada cargada de lascivia y mala leche, aunque le dejó dentro una buena cantidad de semen espeso y de primera calidad.


Y del ano de Yuba salía humo de tan escocido que se lo estaban dejando y ya no hacía falta que le forzasen a separar las patas porque no podía cerrarlas de tanto endiñarle rabo por el culo.
Y por si no le bastaba con esos tres machos dándole verga y leche, el conde mandó que ahora atasen al esclavo boca abajo sobre la cama y desatasen a Falé para tumbarlo encima del otro y que lo jodiese también o de lo contrario le segaría la vida sin más miramientos.

El conde dijo que quería cruzarlos porque de tan buenos ejemplares tenían que salir unos cachorros magníficos.
Y los dos auxiliares del conde llevaron a Falé hasta el catre y lo acostaron boca abajo también pero encima del cuerpo de Yuba.
Y Nuño le mandó a Iñigo que masturbase al macho e hiciese de mamporrero para que le metiese la verga por el agujero anal del otro animal.


Y a Iñigo se le iluminó la cara y amarró el falo del macho con sus manos y lo sobó primero con delicadeza y pronto apretó fuerte ese rollo de carne dura y gruesa y lo gozó como si en realidad fuese su culo y no su mano quien ordeñaba la verga de Falé.
El esclavo ya no podía revelarse a su destino y creyó la amenaza del conde de matarlo en ese instante sino follaba al otro joven.
Y dejó que la mano de Iñigo buscase el ano de Yuba y notó como su verga entraba en ese cuerpo caliente y dolorido y apretó hasta el fondo con sus riñones y la encarnó toda en el recto del otro muchacho.

Lo folló odiándose a si mismo y sintiéndose el más cobarde de los hombres por no resistirse y afrontar una muerte sin perder el honor y la hombría.
Pero por si no ponía todo su empeño en preñar al otro, el conde cogió de nuevo la fusta y le atizó con fuerza hasta que notó que el esclavo se corría y dejaba su semilla dentro del vientre de la bella zorra que le permitió cubrir.

Y en todo ese tiempo el mancebo no dijo nada ni dejó de observar lo que estaba pasando ante sus ojos, ocultando la pena que le estaban dando aquellos dos jóvenes esclavos y el mal disimulado deseo de Iñigo por disfrutar del cuerpo y la verga de un macho que lo dejaba sin aire al oler de cerca sus cojones y el sudor de sus axilas.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Capítulo LXXXVI


 El príncipe Nauzet se aproximó al mancebo y le dijo a media voz: “Alteza, os habéis fijado en ese esclavo cuyos atributos sexuales serían apropiados para crear una buena raza de esclavos tan fuertes y hermosos que darían fama a su dueño y criador?”
Guzmán miró otra vez a Falé y luego al conde y respondió: “Tenéis razón, príncipe. Pero ese esclavo está dentro del lote que corresponde a mi señor el conde y él sabrá mejor cual puede ser el uso más adecuado para ese impresionante ejemplar. Sus músculos y todo su cuerpo es un verdadero espectáculo digno de ser admirado. Pero el resto de los cautivos tampoco están más en cuanto a fuerza y bellas facciones, ni mucho menos en la contundencia de sus órganos reproductores.
Cualquiera de ellos podría cubrir varias hembras en un día estando bien cuidados y alimentados. Y sus crías serían preciosas y muy valiosos para un mercader de esclavos. Lo que pasa, príncipe, es que ni el conde ni yo creemos oportuno dedicar nuestro tiempo a ese tipo de comercio. Y lo más seguro que permanecerán al servicio de quien ahora es su amo. Aunque, considerando que son muchos para viajar con ellos de regreso a Castilla, seguramente lo más acertado sería regalar algunos a otros amos que sepan estimarlos en lo que valen y cuiden de ellos adecuadamente. Y desde luego no me gustaría que fuesen maltratados por nadie”.

Nuño sonrió por lo bajo, pero no quiso intervenir en la conversación de su amado con el otro príncipe.
Y Nauzet insistió: “Acaso no estáis de acuerdo con el castigo a un esclavo que no cumple como es debido? Os parece cruel azotar a un esclavo?” preguntó Nauzet.
Y el mancebo respondió mirando de reojo al conde: “No es eso lo que he querido decir. Una cosa es el castigo justo y que el esclavo soporte los azotes que merezca a criterio de su dueño y otra cosa es la crueldad injustificada o el mal trato caprichoso del amo hacia el esclavo. O la tortura por el único fin de causarle dolor y producirle un daño grave. Un esclavo debe aprender a sufrir el dolor siempre que lo justifique el placer de su señor si éste lo ama y él corresponde a esa gracia con la adoración más absoluta. De lo contrario sólo quedará el resentimiento por un sufrimiento gratuito aunque con ello goce sádicamente el amo... Eso es lo que yo pienso, príncipe Nauzet”.

“Ese razonamiento me vale, alteza”, dijo Nauzet.
Y añadió: “Confirma vuestra generosidad de hombre noble y de un gran príncipe por el que merece la pena dar la vida”.

Y ahí si que Nuño prefirió cortar el asunto y pasar a otro tema.
Y le mandó a Falé que se aproximase para verlo más de cerca.
Y los ojos de Iñigo se desorbitaron al ver que el esclavo se acercaba más a ellos.


Ahora si pudo oler aquellas bolas oscuras que prometían estar llenas de semen.
Hasta su pituitaria llegó ese punto acre y ácido del sexo de Falé y su polla se puso gorda y dura como los postes que sujetaban el techo de la gran jaima.
Y deseó que el conde lo azotase por sentirse tan débil y desear de esa forma tan insensata a otro hombre que tan sólo era un pobre derrotado, sumido ahora en la más baja condición social como el mísero esclavo que era.
Y si algo necesitaba Iñigo en ese instante, además de los azotes propinados con dureza por la mano de un macho recio, era que una verga dura y gruesa como la del conde, o esa de Falé que imaginaba de igual calibre, le perforase el culo y lo dejase saciado de leche y con los nervios tranquilos para no saltar de su diván almohadillado con amplios cojines de raso.

El conde palpó los muslos de Falé y al sopesarle los cojones el esclavo retrocedió y su cara reflejó la ira y el enfado que tal humillación le causaba.
No era una bestia, pensó el esclavo, pero el conde se levantó y le atizó un guantazo en la cara que le hizo flaquear las piernas y cayó de rodillas en el suelo.

Falé bajó la mirada para no ver a quien lo vejaba con tal desprecio y el mancebo leyó en sus gestos lo que pensaba ese pobre hombre.
Y también le llamó la atención la mirada de vicio que vio en los azules ojos de Iñigo.
De entrada le sorprendió la cara libidinosa de su compañero, pero enseguida entendió que aquel macho pudiese provocar en él esa lujuria que reflejaba su boca.
Y de inmediato lanzó una mirada al conde en la que le decía sin palabras lo que estaba pasando en la entrepierna de Iñigo.
Y Nuño lo captó y dijo: “Soldado lleva a este puto cabrón a mi tienda y átalo junto al otro. Pero a éste ponlo con los brazos y piernas en aspa colgado de dos postes. Voy a tener una noche movida con ese par de perros antes de dormirme”.

Iñigo no podía disimular su ansiedad por irse de aquella tienda y ver amarrado a los postes al esclavo que le quitaba el sosiego.
Y de pronto pensó: “Pero ahora ya no soy esclavo del conde sino un conde también y por tanto un noble señor. Ya no me follará, seguramente, ni dejará que otro macho esclavo suyo me monte en su presencia. En qué mal momento tuve que dar con este macho del infierno que me ha dejado enloquecido con su polla y sus negras bolas que se balancean cuando se mueve, el muy jodido!”


En el fondo, el convertirse en conde le alejaba del lecho de Nuño y por tanto de la posibilidad de ser follado como una perra.
Y eso pesaba en su ánimo como una losa sobre todo esa noche después de ver tan de cerca a ese macho encadenado; lo que hacía que fuese más duro todavía sentir dentro de su recto la ausencia de una verga y quedarse con la desagradable sensación de tener el culo frío y vacío.

Y el conde se acercó al resto de los rehenes y gritó: “Quiero saber si todos sois tan machos como aparentáis o si vuestros culos ya conocen el roce de una verga. Soldados coger a ese primero y abrirlo de patas para que compruebe si es virgen!”
Y uno a uno les fue penetrando el culo con los dedos para saber si ya habían sido usados y abiertos, rompiéndoles la estrechez de sus esfínteres.
Pero de entre todos solamente cuatro tenían el ojete cedido y les entraron con facilidad primero dos y luego tres dedos de la mano diestra del conde.
Y ordenó que esos fuesen conducidos a una jaima y puestos a cuatro patas para que los jóvenes guerreros de Mustafá desfogasen a gusto follándoles el culo o la boca, si eso les complacía a falta de hembra.
Los destinaba como putas de la tropa y desde luego no les faltarían vergas para que les preñasen las tripas de leche de machos fuertes y con ganas de gozar de un rato de placer.
Y a los otros catorce, los volvieron a llevar a la que se había habilitado para mantener a esos esclavos a cubierto del sol y del frío nocturno del desierto.

“Ahora, señores, ya es hora que demos por terminada la velada y nos retiremos a descansar o a disfrutar de otros placeres no menos apetecibles que el buen vino y las exquisitas viandas que hemos degustado esta noche”, dijo el conde antes de tender su mano a Nauzet para ayudar a levantarse de su poltrona.

Y todos se incorporaron y se dispusieron a salir de la gran tienda para irse a sus diferentes aposentos.
Y cuando ya salían, el conde les dijo a sus caballeros que lo acompañasen, porque deseaba pasar una noche más con ellos y su amado mancebo y le ayudasen a poner en su sitio a los dos esclavos que estaban amarrados a los postes de su jaima.
Quería demostrarles a esos dos putos miserables que la voluntad de un amo es el único mandamiento que debe respetar y acatar un esclavo y su premio y satisfacción serán siempre complacer al dueño y servirle con todos sus sentidos para lograr que se deleite como mejor quiera con sus cuerpos y mentes.