Autor

Autor: Maestro Andreas

jueves, 6 de junio de 2013

Capítulo LXV

 
Se había creado una atmósfera rara en los aposentos del conde al terminar la fiesta.
Volvió allí con sus esclavos y el regalo de Aldalahá que podía andar en dos patas, pero a los otros muchachos se les notaba inquietos y demasiado excitados para achacarlo sólo al festejo.
El nuevo esclavo se mantenía silencioso y algo desplazado entre sus compañeros, a pesar que su nuevo amo se mostraba con él sin la dureza que imaginaba en el trato de un poderoso señor acostumbrado a ser obedecido y servido por todos sus esclavos.
Notaba que los otros siervos del señor intentaban comprender sus temores y le indicaban con señas que no temiese nada malo de su dueño, pero ese otro joven, que sin duda era un importante príncipe árabe, dado su lujoso atuendo, lo miraba con una frialdad que le helaba la sangre en las venas.
Y tampoco le resultaba fácil entender que hacía tan poderoso señor en las habitaciones de su nuevo amo y junto a sus esclavos.
Lo normal es que se alojase en aposentos distintos y sus propios siervos lo atendiesen en ellos y no en estos.
Pero aquel sin sentido lejos de tranquilizar algo al muchacho le provocaba mayor confusión de la que su cerebro podía asimilar.

El conde se recostó en una poltrona, mientras dos agradables eunucos se ocupaban en desvestir a ese orgulloso y distante joven príncipe y los esclavos del conde, que ahora era su amo, se desnudaban del todo e iban a sentarse a los pies de su dueño como esperando algo de él.
El instinto de Ariel le empujaba a hacer lo mismo que los otros, pero esa mirada de hielo que no dejaba de observarlo lo paralizaba e impedía que sus pies se moviesen en la dirección adecuada.

Y por fin el conde dejó oír su voz y fue para dirigirse a su nuevo siervo: “Ariel, acércate... Más...Ven más cerca de mí... Quiero verte bien y apreciar tus aptitudes para calibrar exactamente cual es el mejor servicio que puedo obtener de ti... Físicamente eres muy hermoso, de eso no cabe duda. Y ciertamente incitas y levantas fuertes pasiones al admirarte. Al menos tanto a mí como a estos dos esclavos sentados a mis pies, que no se cansan de mirarte ni de pensar lo que todavía no deben, nos has empinado la polla nada más verte y ahora todavía nos la mantienes tiesa y dura como esas columnas de mármol que rodean el patio... Me ha dicho el noble Aldalahá que eres totalmente virgen y desconoces todo lo referente al sexo, y, sin embargo, por tu edad y desarrollo ya debiste eyacular muchas veces, por no decir casi todos los días, o mejor sería decir noches, desde hace bastante tiempo. No es así?”

El chico pareció sonrojarse y bajó la vista diciendo: “No entiendo bien lo que me pregunta mi amo. No sé que significa esa palabra, mi señor”.
“Eyacular?”, pregunto el conde.
“Sí, mi señor”, aclaró el esclavo.
Nuño se rió al igual que todos sus muchachos, menos Guzmán, y, agarrándose la polla con una mano, le aclaró al chico: “Quiero decir si tu pene se te puso así de gordo y duro como el mío y haya soltado un líquido lechoso y blanquecino que en nada tiene que ver con la orina. Comprendes?”
“Sí, mi señor. Lo entiendo y casi todas las noches desde hace unos años me mancha el vientre esa leche que se queda seca sobre mi piel. Y, al despertarme, los eunucos que me cuidaban me la limpiaban antes de meterme en el baño”, respondió el esclavo.


“Pues si te bañaban inmediatamente no sé para que diantres te limpiaban la barriga... A no ser que los muy putos te lamiesen la polla y todo lo demás para aprovechar tu sustancia. No era así?”, gritó el conde.

Ariel se sobrecogió ante la fuerte voz del amo, pero levantó la vista del suelo y mirándole a los ojos, respondió: “Sí, mi señor. Me besaban esa parte y lamían mi cuerpo antes de frotármelo después en el agua caliente del aljibe”.

Nuño se acarició el glande, que ya estaba húmedo y brillante de suero, y dijo: “Estos castrados no tiene ni un pelo de tontos y a su modo se solazan a costa con los bellos cuerpos que caen en sus manos. Antes de abandonar esta casa le diré a mi anfitrión que me permita darles su merecido a esos dos truhanes. Qué cabrones! Aunque bien pensado hacían bien, Que carajo! Al fin de cuentas se estaba perdiendo todo ese manantial de energía sin provecho para nadie. Te gustaba que te hiciesen eso”.
“Sí, mi señor... Os suplico que no castiguéis a esos eunucos por mi culpa. Ellos sólo pretendían hacer que mis días fuesen menos solitarios”, contestó el chico.
“Pretendes acaso que se les premie encima de usarte sin permiso y alimentarse con tu leche ya seca como si fueses una vulgar ternera?”, exclamó el conde.
“Tampoco, mi señor”, balbuceó el esclavo bajando la voz.
“Sin embargo ahora no te empalmas como al estar tumbado entre estos dos putos cabrones, que aunque les guste recibir por el culo, no por ello dejan de ser dos pichas bravas del carajo!” volvió a exclamar el conde señalando a Sergo y a Ramiro.
Y le preguntó al esclavo: “Tienes miedo de mí?”.
“Un poco, mi señor”, contestó Ariel.


Pero en realidad quien le daba miedo no era el amo sino aquel otro joven señor que lo miraba con tanta dureza.
El nuevo amo le atraía sin saber exactamente cual era el motivo y algo le decía que siendo suyo sentiría lo que solamente en sueños había gozado.
Las tripas del joven esclavo hicieron ruido con un largo retortijón, que sonaba a estar vacías, y el amo le preguntó: “Tienes hambre?”
“Sí, mi señor”, respondió Ariel.
“No te han dado de comer antes de la fiesta?, insistió el conde.
“No comí nada desde que me desperté esta mañana y me dieron a beber un brebaje que me hizo... bueno, fui varias veces al cagadero, señor, y por eso me suenan las tripas ahora”, respondió el esclavo.
“Y sabes el motivo por el que te dieron eso a beber y luego te han tenido a dieta todo el resto del día? le preguntó el amo.
Y Ariel respondió: “Sólo me dijeron los eunucos que era para complacer mejor a mi nuevo señor. Os gusta que vuestros esclavos pasen hambre y no coman en todo el día, mi amo?”
“No temas que conmigo no pasarás hambres de nada, te lo aseguro. Pero hay algo de cierto en eso de que lo que te han hecho es para que me sirvas y me satisfagas plenamente. Pero una vez que lo hagas comerás si todavía tienes hambre y ganas de meter algo más en la boca... Ahora acuéstate a mi lado que voy a conocer mejor tu cuerpo y apreciar al tacto tus cualidades para darme placer”.
“Sí, mi amo. Deseo complacer y servir a mi señor como el mejor de sus esclavos en todo lo que se me ordene, mi señor”, contestó el esclavo haciendo una graciosa reverencia antes de tumbarse junto a su dueño.

Pero unos ojos tan negros como los del nuevo esclavo seguían fijos en ese muchacho cortándolo en trozos como si fuesen afiladas cuchillas que pretendiesen diseccionarlo para ver mejor sus entrañas y el interior de su alma.
Y el conde volvió a dejar oír su voz otra vez, pero ahora iba dirigida al mancebo: “Ven aquí, príncipe Yusuf, que te voy a bajar de tu peana para volverte a poner a mis pies como el puto y vil esclavo que eres... Arrodíllate ante tu señor, esclavo! Y ahora levanta los ojos y ve a tu nuevo compañero al que deberás educar y ayudar para que aprenda rápidamente a darme placer como tu lo haces... Lo miras con frialdad y no entiendo esa aptitud en ti. Acaso no te parece suficientemente hermoso para que tu amo goce con su cuerpo?”
“Es muy bello, amo. Y sé que te hará gozar tanto como cualquier otro esclavo de los que te servimos, amo”, respondió el mancebo.
“Entonces tu gesto y esa mirada sólo se pueden deber a un sentimiento malsano de celos. No crees?” inquirió el amo.
“Perdóname mi señor si mi aptitud te ha dado esa impresión”, dijo Guzmán excusándose.

Y el amo le ordenó que se acercase más y al tenerlo a mano le arreó una hostia en la cara con toda su fuerza.
Y le advirtió: “Voy a decirte una cosa. Hasta que no cambies de aptitud hacia él no te usaré ni podrás estar con ninguno de estos mozos que ven con agrado que su amo se deleite como mejor le guste. Me tomas por tonto acaso? Y esta noche el nuevo esclavo gozará en mi lecho toda la noche y tú velarás tu estupidez en otro cuarto acompañado de tus dos eunucos. El resto de mis esclavos verán cuanto me va a hacer disfrutar este muchacho, porque voy a poseerlo hasta que me agote y ellos también se darán cuenta de las buenas maneras de este joven para ser objeto de placer. No voy a azotarte porque sería dedicarte más atención y tiempo del que mereces. Vete y no vuelvas a mi lado si no es para rectificar tus modales y tus sentimientos hacia tu nuevo compañero. Pero antes mira como le beso la boca hasta comérsela con la glotonería propia de un menesteroso”.


El amo apretó los labios de Ariel con los suyos y le hizo abrir la boca empujando con la lengua hasta metérsela dentro casi entera.
Y se morreó con el esclavo que de repente se empalmó como un potrillo y vio el techo del aposento cuajado de estrellas y perdió la noción del tiempo hasta que notó que se quedaba sin respiración y le faltaba el aire.
Pero no quería despegarse de aquella boca, pues era la primera vez en su vida que besaba algo tan sugestivo y con tanto gusto, que podría acabarse el mundo y a él le habría dado lo mismo porque estaría ya en ese paraíso del que a veces oyera hablar.

Y mientras Ariel, babeando por la polla, despertaba a una vida nueva en un planeta desconocido, que le parecía maravilloso, el mancebo abandonaba el aposento con sus dos eunucos llorando de rabia por el desprecio y no de dolor por el tortazo que le propinara su amo y amante, porque separarlo de su amo era el peor castigo para Guzmán.

No hay comentarios:

Publicar un comentario