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Autor: Maestro Andreas

domingo, 23 de junio de 2013

Capítulo LXIX

La travesía del estrecho, sin ser larga en exceso, no le ofreció a todos igual experiencia, pues mientras para unos resultó ser excitante y un nuevo desafío en sus vidas, para otros sólo era volver a sentir el bamboleo de la embarcación a merced de las olas, pasándolo menos mal que la primera vez que navegaron por la mar del golfo de León con ocasión de su viaje a Italia.
Y tanto los neófitos como alguno de los ya bautizados como navegantes, no dejaron en sus estómagos nada que no hubiesen metido antes por la boca, pues vomitaron por la borda cuanto comieran con los primeros envites del oleaje.
El conde les recomendaba a todos que se mantuviesen en cubierta y dejasen que el aire marino les espabilase el mareo, pero no todos vieron tan fácil mantenerse firme sin doblarse para arrojar al agua lo que les bailaba dentro de la tripa.

Guzmán y Ariel seguían juntos y el más joven buscó la protección del otro para sentir mayor seguridad en si mismo y no demostrar a su nuevo amo el miedo que recorría su cuerpo desde el ano hasta la nuca.
El mancebo se mostró tierno con el chico y abrazándolo sin estrujarlo se sentaron sobre unos fardos y dejó que el nuevo esclavo de su amo se acurrucase contra su pecho como un polluelo de avestruz que quiere espantar el miedo ocultando la cabeza.
La escena era tierna y conmovía ver a Guzmán haciendo el papel de gallina clueca preocupada por la seguridad de su prole de un único vástago.
Y al conde no sólo le gustó esa imagen sino que se acercó a ellos y también tomó asiento a su lado.

Al ver al amo, Ariel separó la cara de la tetilla del mancebo, en donde estaba acomodada hasta ese momento, y se giró hacia el conde reclinando la frente en el fuerte bíceps de su amo.
Era el claro reconocimiento de que aquel hombre le daba mayor garantía de seguridad y quizás no solamente por sus fuertes músculos, ya que el mancebo era un joven fornido, sin igualar a su dueño, pero lo suficiente para defenderse de una agresión protegiendo al otro esclavo.

En poco tiempo el conde se había convertido para Ariel en el indiscutible campeón capaz de cualquier hazaña tanto luchando con las armas como dándole ese gozo que descubriera el chico al ser usado por él como una hembra; y su único pensamiento era repetir de nuevo la experiencia y si fuese posible durante más tiempo y con mayor fuerza como se lo hacia el amo al mancebo al darle por el culo.

Ariel miró al amo como un cordero mira a su madre para que lo amamante y Nuño sonrió y sin decir nada agarró la cabeza de su nuevo esclavo y la llevó hacia el bulto de su entrepierna indicándole con una seña que le sacase la verga y se la mamase.


Ariel no se demoró en cumplir su cometido como mamón y el mancebo hizo ademán de irse con el resto de los muchachos, pero Nuño lo detuvo, sujetándolo por un brazo, y le dijo: "Deja que mame y me excite porque la leche te la voy a meter a ti por el culo después de follarme un rato a esta cabritilla. Le calentaré el ojete y se lo dilataré bastante, pero el polvo entero te lo echo a ti".
Y sobre ese mismo fardo el conde se ventiló el culo de esos dos esclavos que le alegraran el ojo al mirarlos.
Luego, satisfechos los instintos, amo y esclavos quedaron tranquilos y reposaron juntos hasta alcanzar la otra orilla del estrecho.

Procuraron desembarcar con toda la rapidez que les permitía la impedimenta y bestias que transportaban, pues, aún llevando lo imprescindible, el viaje era largo y necesitaban, caballos, ropas y armas, así como otros objetos de uso obligado para un noble señor y su hueste.

Volvían a cabalgar el conde y sus hombres, ahora por tierras extrañas y sendas pedregosas y secas, y todos iban en silencio y pendientes de las órdenes del jefe de la expedición, ya que los cinco sentidos de Nuño estaban puestos en cada paso que daban adentrándose más y más en la tierra dominadas por las tribus nómadas que tanto podrían serle hostiles como amistosas. 
Con ellos iban también beréberes aliados de Aldalahá, mandados por un valiente luchador llamado Al Cadacid, hombre todavía joven y muy respetado tanto por los suyos como por otras tribus tuareg.
La compañía de estos nómadas era inestimable para el conde y sus hombres, pero aún yendo más seguros con ellos no por eso dejaba de ser arriesgado el viaje hacia el desierto.

La primera acampada la hicieron en un refrescante oasis con suficiente agua para aliviar la sed y bajo una noche estrellada y huérfana del calor del sol.
Y, en ese lugar, el conde cenó y rió con todos los hombres que le seguían en su aventura, pero más tarde se retiró a su jaima con sus bellos esclavos personales y bajo el gran toldo que los cobijaba les ordenó desnudarse a todos y rodeado por ellos se acostó en los almohadones del lecho y quiso gozar a los cinco sin excepción.

Y al primero que se la metió por el ano fue a Ariel, que todavía tenia el agujero bastante cerrado sin que eso le impidiera a su dueño darle con fuerza y clavársela de golpe y entrando bien dentro de las entrañas del chico hasta dejarle el recto ardiendo y con la sensación de haber sido rozado con un duro y grueso bastón.
Y ese picorcillo al joven esclavo lo encendía como a una perra que conoce y estrena el celo, tensándole la piel como si le costase contener la caliente ebullición de su sangre recorriendo todo su cuerpo.

Nuño usó con generosidad a sus esclavos y tras dejarles bien servido el culo y la boca a todos ellos, se dedicó especialmente a gozar del mancebo mientras que magnánimamente permitía que Sergo y Ramiro se hartasen de darle rabo a la nueva puta de su señor.
Los dos muchachos se empeñaron a fondo con los orificios de Ariel y los dos estaban como toros bravos ante los que les plantasen una bella ternera exhalando aromas embriagadores.

El nuevo juguete sexual del conde también lo era de al menos dos de sus esclavos y éstos supieron aprovechar el privilegio otorgado por su amo dejándoles gozar ese atractivo cuerpo todavía en fase de iniciación a los exquisitos placeres del sexo y la sumisión para dar placer a machos más fuertes y viriles.


El conde se excitaba viendo como sus dos machos montaban a la nueva perra y la preñaban con abundancia de semen por boca y ano.
Y él, uniendo la calentura que le provocaba su amado mancebo y la que le trasmitían los dos garañones ardientes de deseo y lascivia, empujaba con los riñones contra las nalgas de Guzmán penetrando en su cuerpo con toda la energía que su fortaleza le permitía.
Y ni que decir tiene que era mucha la fuerza del amo y más cuando sodomizaba un buen culo joven y hermoso.

Esa noche fue memorable bajo la carpa que acogía al conde y a sus guapos esclavos.
Y el amanecer los encontró sumidos en un profundo sueño que debía reparar las energías gastadas y el sudor vertido en un torbellino ascendente de pasión y lujuria.

El jeque Al Cadacid, acordó con el conde que era mejor que solamente un grupo de sus guerreros se uniese a la comitiva, eligiendo para ello a los mejores, y que otros no les perdiesen de vista durante la travesía hacia Marrakech por si las huestes de Banu Marin asaltaban al conde y sus acompañantes, quizás con la única intención de matar al príncipe Yusuf, sin dejar también de practicar la rapiña y hacerse con los enseres y objetos supuestamente valiosos que portase el distinguido viajero dentro de los fardos de su equipaje.

En cualquier caso, los tuareg serían unos finos vigilantes escondidos en las arenas que saldrían al paso de cualquier incursión enemiga para proteger la vida del respetado heredero del gran califa de los almohades y de todos los miembros de su séquito.
Y tras ese planteamiento y marcada la estrategia para el resto del camino, Nuño dio la orden de levantar el campamento y continuar la larga marcha hacia la puerta del gran desierto.


Pronto los caballos alcanzaron el ritmo adecuado para resistir la cabalgada y todos los guerreros, bien pertrechados y protegidos por cotas de malla y cascos calados hasta los ojos, agudizaron el oído y afinaron la vista para no ser sorprendidos ni por bandidos ni por los hombres fieles al monarca de Fez.
 

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