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Autor: Maestro Andreas

domingo, 6 de enero de 2013

Capítulo XXVII


Habían caído ya una buena tanda de azotes sobre el culo de Guzmán, que mostraba un color grana subido de tono, cuando Ramiro no pudo aguantar más aquella dolorosa visión del castigo que el conde aplicaba a su esclavo, sin saber los otros chavales cual era la culpa del mancebo para incurrir en la ira del amo, que lo azotaba de tal modo.

Y se plantó de hinojos a los pies del señor rogando piedad y consideración con el pobre muchacho cuyo sufrimiento le partía el corazón a ese otro mozo.
Suplicó clemencia para Guzmán, ofreciendo su cuerpo para soportar el furor del conde, aliviando así la enrojecida piel de las nalgas del esclavo.
Y Nuño, mirándolo y fingiendo un desprecio que no sentía por ninguno de aquellos preciosos rapaces, hizo tronar su voz más imperiosa diciendo: "Es que acaso hay un corazón de damisela en ese cuerpo de hombre recio? Te ablanda ver como un amo debe poner coto a los desvaríos de uno de sus esclavos? O acaso naciste para ser esclavo también en lugar de un señor dominador de otros hombres, que no son más que putos perros para servir a un ser superior a ellos?
Veo que no eres lo suficientemente macho para ser tratado como mi igual y, por tanto, no voy a acceder a los que me suplicas, pero te daré la parte del castigo que te mereces por la impertinente osadía que has tenido al interrumpirme".

Y el conde dejó caer al suelo al mancebo y levantándose con rapidez asió de un brazo a Ramiro y con un enérgico tirón lo tumbó con el culo para arriba, en el borde del lecho.
Y de la misma manera e idéntica decisión puso a su lado a Guzmán, al que el culo le echaba humo por la soberana zurra que le estaba propinando su amo, y Nuño, con una sardónica sonrisa en los labios, pues realmente no castigaba a ninguno por nada concreto, sino por el placer de golpear sus carnes con la mano y ponerlas a tono para darle mayor placer al follarlos, repartió equitativamente entre los dos muchachos otra cumplida ristra de golpes, hábilmente suministrados para ponerles las cachas como las brasas de una fragua.
Y se dijo para si mismo: "Ahora sí que están en su punto estos dos putos cabrones para que goce jodiéndoles esos culos que ya están macerados para que sean más sabrosos. Solamente falta adobarle el ojete a este que todavía es virgen y gozaré a mis anchas montándolo como a un potro todavía a medio domar.
Y si el conde tenía en la mente esos pensamientos, en la cabeza de Ramiro también giraban como en un torbellino sensaciones imaginadas, que se mezclaban con miedos y deseos e incertidumbres, configurando una amalgama de ansia y excitación que le tenía los huevos en plena elaboración masiva de semen.

El chico notaba una extraña calentura en sus nervios por los azotes, que le dolían la hostia pero que parecían darle a su carne una trepidación rara que le incitaba a pedir y desear más y con mayor fuerza, notando la sangre ardorosa que recorría los capilares de sus ancas torturadas por la dura mano del conde.
Y a esa debilidad de su voluntad, se unía el morboso sonido de los golpes tanto en su carne como en la del otro chaval.
Y, por supuesto, lo tenía como un verraco ver al mancebo a su lado esforzado en un vano intento por contener las lágrimas de un llanto reprimido que ya compartían con el mismo empeño y sin resultados positivos para ninguno de los dos, pues les corrían por la cara hasta el mentón, y ambos se miraban de reojo para saber cual era más fuerte y sufría el castigo con mayor resignación.

Y eso al conde todavía lo ponía más cachondo y les arreaba con más saña a los dos chavales.
A Iñigo ya le preocupaba tanta agresividad por parte del amo, pero, al igual que Rui, que estaba callado y apenas respiraba, no emitía ni el sonido más débil e imperceptible.
Y Sergo, que no sabia como disimular el mal trago que estaba pasando al ver el estado del culo de Guzmán, imprudentemente miró hacia otro lado, pero el conde, que nunca perdía detalle de cuanto pasaba a su lado, le pegó un grito rabioso ordenando imperiosamente que mirase el castigo de los otros dos muchachos y al mismo tiempo lo agarró por una oreja y lo llevó al lado del mancebo para que compartiese la misma suerte y se llevase también su abundante ración de azotes.


Y ahora ya eran tres los culos enrojecidos y ardiendo por el calor de esa joven sangre soliviantada por las nalgadas y el furor que manaba de los testículos de los rapaces.
Además de doloridos, estaban cachondos como burros oliéndose de refilón y absorbiendo los tres los efluvios de testosterona que invadían el aire de aquella habitación del palacio del conde Alerio.

La atmósfera era densa y podría cortarse o masticarse de tan cargada que estaba de olores humanos y calor animal. y la temperatura ambiental alrededor de los chavales era de tal magnitud que de acercarles una vela encendida se inflamarían como teas impregnadas en brea.
Y el conde dio por finalizada la zurra que les estaba dando a los tres mozos y se retiró unos pasos para apreciar mejor la perspectiva de los tres culos al rojo vivo.
Le daba gusto verlos así de encarnados soltando un vaho espeso como el humo de una hoguera ya apagada, pero que aún conserva el rescoldo del fuego.
Y eso era lo que mantenía la calentura en los muchachos y el macho que los usaba como perras.

Iñigo se atrevió a mirar al amo de frente y a los ojos y éste se fue hacia el joven y le atizó una hostia en la cara que le obligó a mirar al suelo.
Cuando Nuño estaba muy caliente era mejor no tentarlo y evitar provocaciones innecesarias para no salir mal parado del lance.
E Iñigo se olvidó de esa máxima que conocía de sobra y normalmente respetaban todos los esclavos del conde.
Y un despiste u olvido de esa naturaleza y en tales circunstancia, era suficiente para que le costase una azotaina rotunda y considerable, aunque por esta vez sólo se hubiese ganado un sonoro bofetón con mas ruido que nueces.

Pero el amo ya tenía ganas de meter la polla en uno de esos culos ardientes y le ordenó a ese esclavo que le comiese el ano a Ramiro y se lo pringase de babas para dejarlo bien lubricado y preparado para endiñársela por el culo con todas las de la ley.

Iñigo se aprestó diligentemente a su tarea de lubricador de ojetes y lo cierto es que le gustó mucho meter la lengua por el pequeño y cerrado agujero virgen del otro chaval.
Y así como el rubio esclavo hacia su tarea concentrado en medio de las nalgas de Ramiro, el amo le mandó a Rui que le comiese el de Iñigo y a Sergo que le preparase con la lengua el esfínter rosado del mancebo para tenerlo dispuesto y aguardando que le metiese la verga de golpe y como una bestia como le gustaba hacer al conde al tener el chico las ancas tan rojas y calientes a consecuencia de la somanta que le acababa de dar.


Para Sergo ese trabajo era uno de los mejores premios que el amo en su inmensa generosidad podía concederle y pronto su pito goteaba tanto que daba la impresión que el chico se estaba corriendo de gusto. y el mancebo, a su vez, notaba las caricias de su querido vikingo en el culo y sus hormonas se salían de madre y arañaba con las uñas las sábanas suplicando en silencio que el amo le calcase un vergazo cuanto antes.

A Guzmán se le salía la lascivia por la punta de la polla y deseaba febrilmente ser follado hasta sentirse morir en un orgasmo brutal.

Pero aún no era su momento, pues el conde estaba decidido a romperle el ojo del culo a Ramiro antes de montar a su puta favorita y preñarle el alma con su fuego interno y la salvaje ansia que le cegaba al sentir como su polla iba entrando por el recto de Guzmán.

Y eso sería después de llenarle las tripas a Ramiro y recuperarse del polvo que pensaba meterle a ese otro rapaz.
No tendría consideración de su ojete sin abrir, ni temería causarle daño al neófito, aunque le rajase el agujero con su cipote, rompiéndole literalmente el ojete.

Y a pesar de los quejidos que soltase o gritos incluso, Ramiro sabría que se siente al darle por el culo un macho a otro macho y el conde no se pararía ni aflojaría el empuje hasta correrse del todo dentro del vientre del chaval.
Y quedaría preñado como los otros esclavos y seguramente su culo ya no querría dejar de ser llenado de leche por otro hombre, con independencia que la polla reclamase también su papel jodedor de otros jóvenes machos, como venía haciendo hasta ese día en que su cuerpo dejaría de ser virgen por detrás.

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