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Autor: Maestro Andreas

domingo, 23 de diciembre de 2012

Capítulo XXIV


 La luz mortecina de unos velones temblaba sobre la piel de los muchachos, que se estremecían tan sólo con rozarse ligeramente unos a otros.

Tal era la tensión creada en aquel aposento del palacio del conde Alerio, que el simple vuelo de una mosca se oiría más que la respiración contenida de los chicos.

Esperaban la señal del conde para servirle de instrumento de placer, pero ninguno adelantaba un pie sin antes escuchar la imperiosa y a la vez calmada voz de su dueño.

Nuño seguía mirándolos uno a uno como si no supiese por cual decidirse para el segundo acto de la representación, pero tenía muy claro cuales eran los pasos que con seguridad le llevarían a montar a Ramiro.

El chico continuaba tendido sobre el cuerpo de Rui, jadeando como un potro después del tremendo esfuerzo de una carrera a galope tendido, y todavía mantenía su verga dentro del culo del otro chaval, que por la sonrisa y la mirada perdida conque miraba al suelo, no podría negarse que estaba en el séptimo cielo tras un orgasmo genial.

La espalda de Ramiro lucía con el brillo que le daba la transpiración exagerada que le mojaba el cuerpo y hasta daba la impresión que de repente todavía era más hermoso y sus músculos y el vello de su cuerpo se destacaban aún más dándole un aspecto viril irresistible.
Su cabellera era más que preciosa así de húmeda y revuelta, compitiendo las ondas de su pelo por besarle la frente y jugar revoltosas en las mejillas del rapaz.
Pero lo más espectacular sin duda eran las nalgas, por cuyos lados escurrían gotas en competición alocada por alcanzar el suelo.
Y el conde se paseó con la vista por el dorso del muchacho y se juró a sí mismo que no salía de ese aposento con el culo virgen.


Y empezó llamando a Iñigo a su lado para besarlo y sobarlo ante la mirada del resto.
Y qué bonito era ese chaval!
 Tan bien equilibrado en todos sus miembros y con una tersura propia de un ser etéreo, el mozo de cabellos rubios y piel dorada parecía sacado de un retablo pío al que de pronto lo dejasen sin un arcángel.
Nuño le besó el culo tan despacio y con tal delicadeza que al chico se le erizó el vello incluso en el pubis.
Y Ramiro miró la escena que ocurría en la cama y el conde le ordenó incorporarse indicándole que se sentase a los pies del lecho para apreciar mejor el cuerpo de Iñigo y cuanto iba a hacerle a ese bello doncel.

Los ojazos negros de Ramiro se abrían desmesuradamente observando con detalle aquel cuerpo de hombre joven que el conde le enseñaba, recalcando con palabras y gestos insinuantes los más recónditos encantos del muchacho y esas cavidades ocultas al ir vestido, que ahora se mostraban sin velo ni otro impedimento que la firmeza de la carne que las protegía y guardaba como un preciado tesoro.

El esfínter de Iñigo quedó al descubierto al separarle el amo las nalgas con las manos para acariciárselo y meterle dentro un dedo, que lo movía con suavidad sacándole al mozo unos suspiros y suaves jadeos de gozo que le levantaban los pelos al más pintado.
Y el dorado joven buscaba la boca de su dueño, suplicándole besos húmedos que le penetrasen hasta la garganta como un preludio de la verga que pronto tendría rozándole el paladar.
Y en ese punto ya la testosterona de Ramiro se disparaba y su polla erguida de nuevo latía enloquecida soltando babas.

El conde presionó más los resortes eróticos del chico, comiéndole el ano a su esclavo, y Ramiro enrojeció al verlo y quiso tocarse el miembro; pero una mano sujetó la suya diciéndole al oído que no desperdiciase su leche ni menos sus fuerzas.
El mozo volvió la cabeza hacia quien lo detenía y vio la sonrisa y se cruzó su mirada con la del mancebo.
Era eso quizás una promesa del placer a que aspiraba Ramiro?
Iba a ser cierto que el conde le brindase el supremo deleite de tocar el cuerpo del príncipe esclavo?
 Si era así, Ramiro podía perder la cordura en un estallido de dicha sin precedentes.
Pero la fiesta solamente había comenzado y quedaba mucho por recorrer hasta obtener lo que cada cual pudiera estar deseando.
Y si alguien llevaba ventaja en el juego, sin duda alguna era el dueño de aquellos divinos esclavos, que con sólo imaginar poseerlos cualquier macho perdería el sentido y daría toda su hacienda por tenerlos entre sus brazos tan sólo un minuto.

Y el conde le enseñó a Ramiro como se abría el ojete de Iñigo esperando que le metiera la verga.
Latía como un pequeño corazón que ansía el amor con desespero.


Y desesperado por ser de su amo y sentirse poseído estaba Iñigo después de tanto magreo que le metía el amo.
Por un momento casi llegó a rogarle a Nuño que lo montase y se la clavase de golpe hasta hacerlo chillar como una raposa lastimado.
Pero su amo deseaba agotar más cualquier resistencia en Ramiro y todavía su polla debía destilar más suero viscoso antes de presenciar como se follaba el conde a uno de sus chicos.

Al más perfecto de facciones y en conjunto podría ser el más vistoso y llamativo por su cabello y sus ojos claros.
Pero los otros dos unían a una singular belleza en la estructura de sus cuerpos, la sensualidad y el encanto de dos seres opuestos, pero tan complementarios como atractivos no sólo físicamente.
Y los tres eran auténticos espécimenes de machos que sabían como nadie poner el culo para que su amo gozase con ellos y le diesen más placer que la mejor de las concubinas del gran Saladino, sultán de Egipto y Siria, que algunas lenguas aseguraban que llegó a cautivar a la misma Leonor de Aquitania cuando fue a las tierras de Israel con motivo de la cruzada.

Iñigo pidió al amo permiso con la mirada para mamarle el cipote y éste accedió a su antojo y se la metió de una vez hasta tropezar con las amígdalas del chaval.
El mozo se atragantó pero lloroso y con algo de mocos, trago saliva y el jugo que ya salía del glande de Nuño y chupó el potente miembro por el que él y sus compañeros babeaban y temblaban al saborearlo.
Mamó como si estuviese hambriento de meses, mas no le estaba permitido sacar provecho para su estómago.
Y el amo le retiró la adorada teta y le ordenó ponerse a cuatro patas sobre el lecho, abriéndose de patas para que Ramiro pudiese apreciar como entraba por su agujero la polla del conde.

Y vio como ese falo se hundía en la carne rosada y fresca del muchacho, que soltaba jugo por el ano al ser presionado por la dura tranca del amo.
Al desaparecer la verga entera en el cuerpo de Iñigo, Ramiro instintivamente se puso de rodillas al lado de Nuño, sin poder asegurar los otros que lo miraban si lo hacía esperando turno para clavársela también a Iñigo o para que, en cuanto se la sacase el conde al otro, le dijese a él que se doblase como una perra porque ya había llegado su turno.

Y, por un momento, Ramiro se tocó el culo y rozó con los dedos su agujero como preparándolo también para ser embestido por el más macho de todos ellos.
Estaría asumiendo ya su papel de dominado o solamente pretendía hacer méritos para ser merecedor de las caricias de Guzmán?
Fuese uno u otro el motivo, su cara reflejaba un vicio integral y le estallaba la lujuria tanto en la vista como en sus labios, que no paraba de morderlos y mojarlos con su saliva, tocándose un pezón con los dedos.
Estaba tan salido que con el mínimo empujón caería de bruces sobre la cama y no tendría fuerza de voluntad suficiente para cerrar las cachas e impedir que lo penetrasen.

Y así lo quería ver el conde; entregado, sudoroso por el ansia y temblando de ganas por sentir el gozo y esa sensación que hacía gemir y jadear tan intensamente al esclavo que montaba el conde sin silla ni rienda, pero hincándole a fondo la espuela.
El conde cabalgó esa potranca un buen rato, atizándole palmadas muy sonoras que le enrojecían las ancas, y al ver el inminente orgasmo en la expresión de Ramiro, contagiado por los jubilosos jadeos que anunciaban el de Iñigo, paró en seco y descabalgó sacando su fogosa verga de la caliente vaina donde estaba albergada; y, sin dar opción a derrames no deseados todavía, apartó a Iñigo con un fuerte manotazo y le ordenó bajarse del lecho y que metiese los huevos en una tina de agua fría para bajar la calentura. Y lo mismo le dijo a Ramiro, puesto que a continuación venían otros momentos de intenso erotismo que difícilmente soportaría el chaval sin correrse lanzando al aire un grueso chorro de leche, digno de un buen semental.

Y ese instante supremo no debía llegar todavía para ese mozo, ni para ninguno de los tres esclavos del conde, pues la fiesta tenía que continuar.

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